21 de junio de 2015

PENSAMIENTO Y CONCIENCIA


A menudo confundimos pensamiento con conciencia. Ambos son términos muy abstractos de los que se han dado muchas definiciones. Pero creo que merece la pena hacer una distinción entre ambas y un reflexión. Aquí tomaremos pensamiento como el parloteo mental e involuntario que tenemos los humanos casi continuamente, que nos hace anticipar, recordar, fantasear, imaginar, interpretar... Este tipo de pensamiento es una herramienta innata, es normalmente automático y poco consciente. Dirigidos por él y por sus estructuras, por sus interpretaciones y por su funcionamiento, nos pasamos más de media vida pensando sin ser conscientes de ello, y muchas veces sin necesidad de la herramienta. Seguramente que alguna vez hemos advertido que mientras paseamos, lo hemos hecho automáticamente, pensando en nuestras cosas, y que cuando hemos llegado a nuestro destino, ¡no nos acordamos de casi nada de lo que hemos pensado!  
  
Conciencia sin embargo, es pensamiento voluntario, es el observador que nos permite "darnos cuenta", que puede ser capaz de distanciarse de lo que sucede a nivel interno y que es mucho más objetivo que el intérprete. En el momento en que decimos "soy consciente de que estoy pensando, de este o de aquel pensamiento", o "soy consciente de esta emoción", ese observador se distancia y percibe que es diferente a aquello que piensa o que siente. No se identifica con las interpretaciones o con los juicios que emite, puesto que entiende que estos están sesgados la mayoría de las veces o distorsionados por estructuras mentales simplificadoras, que nos alejan de la realidad. Desde aquí es más fácil cuestionarnos las creencias, los prejuicios, los pensamientos generalizadores, etiquetadores, los que anticipan o los que presuponen. Separándonos de lo que pensamos, podremos tomar el mando con más facilidad y no hacernos demasiado caso, o incluso callar el parloteo innecesario, que nos aparta demasiado del presente. 

No estoy proponiendo ser fríos en esta distancia, sino posicionarnos en una perspectiva que nos haga dirigir la orquesta de pensamientos y emociones, no silenciarla, sino evitando que los instrumentos vayan sin orden ni armonía. Conseguir esto, es vivir con más plenitud nuestro paso por el mundo. Para conseguirlo se me ocurren dos aliados: El conocimiento de las herramientas emocionales y mentales que tenemos y de su funcionamiento, y la meditación. 

La primera es necesaria para comprender mejor qué nos pasa y por qué. Si siento ira, puedo decirme: "Ahora siento ira porque no he podido controlar algo que quiero controlar", o "ahora siento culpa porque tengo que aprender de un error", o "ahora no puedo resolver este problema porque de tanto pensar me he bloqueado. Lo dejaré y mañana lo veré con más claridad"...


La segunda es el recurso más antiguo y más eficaz para tomar distancia. Los maestros de la meditación no pretenden dejar la mente en blanco como muchas veces se nos dice, si no entrenarse en la observación de la mente para desapegarse de lo que ocurre dentro y comprender que esa conciencia está muy por encima de nuestros estados internos. Podemos ser capaces de evaluar desde "fuera" la situación, entenderla, aceptarla y decidir si es útil o no, si debo seguirla o no, si debo entregarme a ella o no,  si debo usar la señal emocional o no... La meditación, o su versión actual, el mindfulness, son estrategias que nos pueden ayudar a esto, porque desgraciadamente la naturaleza no nos ha hecho muy conscientes y ese observador duerme más de lo que nos gustaría. Pero entrenando, es posible educar la mirada de la conciencia, que nos permitirá ser más que pensamiento o emoción o dolor. Este es el verdadero transcender. Sin evitar ser humanos, sin rechazar nuestros recursos, ser capaces de observarlos,  como quien observa un paisaje, y decide si va a recorrerlo o solo mirarlo.


Se me viene a la memoria un relato indio de un maestro al que le preguntaron cómo llegó a la iluminación. Esto fue lo que les contestó:


-Mirad, antes tenía una depresión. Ahora la sigo teniendo,  pero ya no me molesta.



2 comentarios:

  1. Hola Reyes:
    Tu post me ha recordado una de las metáforas que suelen usar en ACT (Terapia de Aceptación y Compromiso). Podemos pensar en nuestra mente como la suma de pensamientos, emociones y sentimientos. Y en ese sentido cada uno de ellos o ellas sería como una pieza de ajedrez. Así que en nuestra mente se da una batalla entre distintos tipos de fenómenos mentales, unos negativos (las fichas negras) y otros positivos (las fichas blancas). Pero también podemos ver la mente como el tablero donde esa partida se desarrolla. Siguiendo la argumentación de tu post el pensamiento sería el conjunto de ideas, sentimientos... y las distintas interacciones entre ellas y ellos, mientras que la consciencia sería algo así como la percepción del tablero.

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  2. Qué buena metáfora, Javier. Sencilla de entender, resume la entrada con una imagen que no se olvida. Espero que poco a poco, aprendamos a ver la totalidad del tablero cada vez más, para tomar perspectiva de las luchas, para disfrutar también de las buenas jugadas, y para gestionar que las piezas sigan las reglas del juego, con tranquilidad y armonía. Y además, sabiendo que es un juego, dejaremos de darle una importancia excesiva a cada partida! Gracias por tus valiosísimas aportaciones.

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