31 de mayo de 2015

NO HAY UN INTERRUPTOR PARA APAGAR EMOCIONES





Hace unos días entré en una tienda de mi barrio. Enseguida me di cuenta de que la dueña, Mercedes, estaba nerviosa e irritada. Me contó que acababa de tener un episodio bastante desagradable con una señora que no hacía más que dejarle a deber dinero. Como esa situación llevaba repitiéndose dos años, su paciencia había llegado al límite y esa mañana le dijo a la señora que no volvería a atenderle, hasta que no le pagara lo que le debía. A la clienta, como es de suponer, no le sentó nada bien oír esto, y  por aquello de que no hay mejor defensa que un buen ataque, empezó a insultarla, a gritarle, y a decirle que nunca más entraría en la tienda. Cuando yo entré, Mercedes estaba aún en un estado emocional alterado y enseguida me dijo que el corazón le latía muy fuerte y que se iba a tener que tomar ¡una pastilla para relajarse!

Nos hace falta conocimiento emocional. Queremos que las emociones se apaguen como si pudiéramos darle a un interruptor y aquí no ha pasado nada. Como no funcionan así y no lo sabemos, como creemos que son eternas y nadie nos ha enseñado que su naturaleza es efímera, pensamos que tenemos que intervenir en el proceso, intentando quitárnoslas con nuestra corteza cerebral más evolucionada, aquella que piensa y razona. Pero ella poco puede hacer. Es el organismo el que ha desatado la emoción y es él el que deberá regularse; solo hay que darle su tiempo.

Los mamíferos no humanos también se irritan, también sienten emociones, pero ellos, al carecer de la parte más reflexiva de nuestro cerebro, dejan que la emoción se pase cuando ya ha hecho su función, le dan tiempo al organismo para que se regule y él eficientemente lo hará. Mercedes -y la mayoría de nosotros- no sabe esto. No sabe que aunque sea desagradable, es del todo natural seguir sintiendo algún tiempo después la huella emocional. Nadie le ha enseñado que debe dejar que el cuerpo se regule solo y mientras tanto, aguantar el tirón. Una pastilla no hará más que darle algo que no necesita -aparte de efectos secundarios-, crear dependencia, y seguir alimentando esa dictadura de la inmediatez que está consolidándose en nuestras sociedades.

Ojalá nos hubieran enseñado desde pequeños a no hacernos demasiado caso cuando nuestra vocecilla mental quiere inmiscuirse demasiado en tareas que no le pertenecen, y a esperar pacientemente a que se marche la emoción cuando haya hecho lo que tenía que hacer, como haría tranquilamente una gacela. 



24 de mayo de 2015

NUESTRA ÚTIL ZONA DE CONFORT


Nos dicen que tenemos que salir de nuestra zona de confort, que después de ella hay "magia", "aprendizaje", "aventura". Y nos sentimos exactamente igual que un niño al que se le anima a que se separe de su madre, como si fuera fácil -y recomendable- desprenderse de sus maravillosos y seguros brazos... Pero nadie nos dice por qué nos cuesta tanto, y nos impulsan a dar el salto sin explicarnos, sin decirnos qué va a pasar, qué hacer, sin más compañía que nosotros mismos y nuestros miedos. Los animadores del salto nos hacen sentirnos culpables, cobardes o inmaduros.

Pero aquellos que empujan, -con teorías varias y propuestas de cambio, asegurándonos que nuestra vida cambiará para mejor cuando salgamos de la supuesta "terrible, mediocre e infértil" zona-, podrían tranquilizarnos explicando primeramente el porqué de nuestra tendencia a no salir de ella. Llevamos miles de años agarrándonos a lo conocido, a la seguridad de la rutina. Tenemos el hábito ancestral de huir o rechazar el cambio. Nos autocalificamos de cobardes por ello, o criticamos a los demás por lo mismo, sin pensar que salir de la zona de confort a veces nos costó caro, que estamos aquí gracias a esa tendencia y que la acción contraria nos hace perder la sensación de control. Es una protección más que útil de nuestra naturaleza.

Es cierto que gracias a que unos pocos se atrevieron a poner los pies fuera de ella (muchos se perdieron por el camino), la especie también ha progresado, y sigue progresando. Pero vamos a dejar de sentirnos culpables o de calificarnos negativamente por ese miedo al cambio.  Démosle las gracias, valoremos cuándo hace falta o no hace falta esta tendencia, y agrandemos esas prisiones cuando sepamos que el miedo no está justificado o que la zona de confort nos asfixia. Y siempre y cuando no nos lancemos, ciegos, a un vacío aún peor.
 

17 de mayo de 2015

EL RADAR DE PERTENENCIA, EL RADAR DE ACIERTOS






Nacemos con algunos radares psíquicos, que nos hacen estar atentos a determinada información. Igual que nuestros ojos captan la luz, o nuestros oídos el sonido, parte de nuestra psique está enfocada en prestar atención a determinados estímulos. Uno de estos radares es el llamado radar de carencias, término usado por Pablo Herreros Ubalde en su libro Yo, mono. Este radar nos hace estar atentos a los errores que cometemos o a aquello que nos falta. Esto, que nos vino muy bien en épocas donde el error o la carencia podía costar la muerte, en la actualidad, es más bien un fastidio, una trampa feroz que nos hace fijarnos en todo aquello que fallamos o en todo aquello que no tenemos. Nuestra psique se satura por la infinidad de objetos deseables que hay en la actualidad. La  insatisfacción que genera -diseñada para un mundo lleno de menos deseos-, la hacemos crónica. Quizás la raíz de buena parte de nuestras insatisfacciones partan de este radar. 

Y quizás sea la razón por la que los niños estén cada vez más frustrados teniendo ahora muchas más cosas que nunca. Los niños son más propensos a la insatisfacción puesto que en su cerebro es mucho más fuerte la tendencia instintiva. En esta sociedad de consumo continuamente sienten que nunca tienen lo suficiente. Un niño que pasea ante un escaparate o que ve una revista de juguetes, es un niño al que le estamos sobreestimulando los deseos, y como consecuencia, la frustración.

Y puede ser que una de las causas por las que creemos que tenemos falta de autoestima, también tenga que ver con él, porque nos hace estar atentos sobre todo a nuestros fallos, a nuestros fracasos, a nuestra torpeza. Esto puede llevarnos a etiquetarnos y a decirnos: "Soy torpe", "no valgo nada", "siempre me sale todo mal", "soy un inútil". Y caer en la distorsión que nos hace simplificar la realidad  y no ver las veces que acertamos o que tenemos ideas brillantes.

Y puede ser también que él sea la razón por la que vemos en los demás con tanta facilidad aquello en lo que fallan, y que tendamos a corregir a nuestros hijos, a nuestros alumnos, a nuestros amigos, a nuestras parejas...

Por eso habría que ejercitar la mirada para ver más allá de este radar. Y potenciar otros radares que la amplíen, aunque no los tengamos por naturaleza: el radar de pertenencia y el radar de aciertos. Ellos nos descubrirían lo que tenemos. Ellos nos harán darnos cuenta de nuestros logros. Ellos nos acercarán a la totalidad de nuestra persona, a la totalidad de este mundo y por supuesto, a la totalidad de los demás.

10 de mayo de 2015

EL CÓDIGO DE LOS MUERTOS




"Incluso aquellas partes que nos parecen irracionales, como las pasiones más intensas -celos, venganza, encaprichamiento, orgullo-, pueden ser perfectamente soluciones concretas a los conflictos de nuestros antepasados, en sus relaciones mutuas".

 Steven Pinker                                                                

Muchos de los comportamientos que tenemos se explican reflexionando sobre la utilidad de los mismos en el pasado. Cuando observo las conductas ajenas y propias me he acostumbrado a preguntarme por qué actuamos de esta forma. Entonces me sitúo en el tiempo de nuestros ancestros e indago sobre los beneficios que obtenían ellos con esta actuación. Casi siempre aparece clara la respuesta. Aquí van algunas de las observaciones:

¿Por qué tenemos miedo a la oscuridad? Porque tenemos un cerebro diseñado para tener miedo a la noche, cuando estábamos mucho más indefensos ante los peligros del entorno.

¿Por qué nos cuesta decir NO? Porque queremos complacer al grupo para que no nos rechace. Antes, evitar la soledad o el aislamiento era determinante para sobrevivir.

¿Por qué solemos ponernos "en lo peor"? Porque venimos de unos ancestros a los que les vino genial prever situaciones peligrosas y anticipar desastres.
 
¿Por qué queremos llegar antes a los sitios, o colarnos si podemos en el supermercado? Porque venimos de unos ancestros que competían por la comida, que debían llegar cuanto antes al lugar donde estaba. Ahora ya no luchamos por ella, pero seguimos con la misma programación  en el cerebro que cuando competíamos por la supervivencia.

¿Por qué no apagamos la televisión cuando emiten escenas reales dramáticas y violentas? Porque venimos de unos ancestros que debían saber los peligros, accidentes y desastres que nos podían suceder, por lo que tenemos una predisposición a mirar cómo se sentían los demás ante tales situaciones y todo aquello que nos podía pasar.

Y a nivel físico, ¿por qué necesitamos mover nuestro cuerpo haciendo un ejercicio moderado, por qué no podemos tomar toda el azúcar que nos plazca o toda la sal que queramos sin enfermar, por qué nos sentimos atraídos por las grasas?... Porque nuestro cuerpo está diseñado para un mundo donde no había la opulencia de ahora, ni la posibilidad del sedentarismo, porque a nuestro cuerpo le vino bien la atracción por las grasas, para situaciones futuras de carencia...

Hemos desarrollado un cerebro -y un organismo- para un mundo diferente al de ahora. Estamos diseñados para ese mundo antiguo, pero nuestra constitución es la misma. Este "código de los muertos", término usado por Dawkins para transmitir esa idea, nos rige todavía, aunque ahora no lo necesitemos. De hecho, somos tan poco conscientes de él y es tan instintivo y automático que es difícil escapar de sus órdenes sin previo autoconocimiento. Y por lo visto es el punto de mira para los publicistas actuales. Usan nuestras tendencias más profundas para manipularnos. Quizás saber cómo somos podrá desarmar las trampas del poder.

Por eso es tan útil el autoconocimiento. Sobre todo, porque nos ayudará a comprendernos sin culparnos y adelantarnos a muchas de nuestras actuaciones, para decidir si verdaderamente las necesitamos o no. 

3 de mayo de 2015

LA DICTADURA DEL YO PUEDO



Parece que cada vez con más frecuencia, surgen teorías que nos intentan inculcar que somos omnipotentes. Partiendo de las filosofías norteamericanas del YO PUEDO de hace unas décadas, estas teorías nos dicen que PUEDES conseguir cualquier cosa y que si no lo consigues, es que no has puesto todo de tu parte. Es cierto que puede venirnos bien pensar de forma positiva, confiar en nuestros recursos y motivarnos para la acción, pero, ¿eso es garantía fiable de que lo conseguiremos? Y además, si no lo consigo, ¿no me sentiré culpable por no haber hecho todo lo posible o no haber podido realizar correctamente los preceptos de tal teoría? Creo que estas dos palabras "mágicas" que se están extendiendo por países desarrollados están haciendo más daño de que lo que pensamos. Pueden hacernos pensar que si los demás fracasan o sufren injusticias o tienen mala suerte, es que no han hecho lo suficiente y que en cierto modo se lo merecen. Y lo mismo con nosotros mismos.

Pero, ¿de verdad podemos conseguir todo lo que nos propongamos? Desde esta creencia, nos saltamos las leyes de la realidad, las múltiples circunstancias y variables que no controlamos, o incluso la voluntad o la libertad de otras personas. Nos gusta creer que podemos manejar el universo a nuestro antojo. Pero la realidad a veces tiene otros planes para nosotros. Sin elegirlo nos vemos envueltos en caminos que no quisiéramos recorrer, que nos recuerdan que somos vulnerables, que la vida es imprevisible y que las palabras "Yo puedo" han sido una trampa feroz que nos ha hecho pensar que vivíamos en los mundos de yupi. Desde la exigencia del "Yo puedo" la caída es más grande.

Porque a veces NO PODEMOS. Más nos valdría depositar parte de nuestras fuerzas en adaptarnos a una realidad nada previsible, y que a veces tiene planes insospechados que superan nuestra voluntad.
Si aceptamos las limitaciones de este mundo, las nuestras y las de los demás,  quizás el "no puedo" no es tan terrible. Serviría para elegir de forma más realista las metas que nos propongamos, y saber que no pasa nada si al final no conseguimos lo deseado. Y si decidimos andar por algún camino utópico, sabremos que el objetivo no está en llegar, sino en alcanzar lo que encontremos mientras lo andamos.