Nos dicen que tenemos que salir de nuestra zona de confort, que después de ella hay "magia", "aprendizaje", "aventura". Y nos sentimos exactamente igual que un niño al que se le anima a que se separe de su madre, como si fuera fácil -y recomendable- desprenderse de sus maravillosos y seguros brazos... Pero nadie nos dice por qué nos cuesta tanto, y nos impulsan a dar el salto sin explicarnos, sin decirnos qué va a pasar, qué hacer, sin más compañía que nosotros mismos y nuestros miedos. Los animadores del salto nos hacen sentirnos culpables, cobardes o inmaduros.
Pero aquellos que empujan, -con teorías varias y propuestas de cambio, asegurándonos que nuestra vida cambiará para mejor cuando salgamos de la supuesta "terrible, mediocre e infértil" zona-, podrían tranquilizarnos explicando primeramente el porqué de nuestra tendencia a no salir de ella. Llevamos miles de años agarrándonos a lo conocido, a la seguridad de la rutina. Tenemos el hábito ancestral de huir o rechazar el cambio. Nos autocalificamos de cobardes por ello, o criticamos a los demás por lo mismo, sin pensar que salir de la zona de confort a veces nos costó caro, que estamos aquí gracias a esa tendencia y que la acción contraria nos hace perder la sensación de control. Es una protección más que útil de nuestra naturaleza.
Pero aquellos que empujan, -con teorías varias y propuestas de cambio, asegurándonos que nuestra vida cambiará para mejor cuando salgamos de la supuesta "terrible, mediocre e infértil" zona-, podrían tranquilizarnos explicando primeramente el porqué de nuestra tendencia a no salir de ella. Llevamos miles de años agarrándonos a lo conocido, a la seguridad de la rutina. Tenemos el hábito ancestral de huir o rechazar el cambio. Nos autocalificamos de cobardes por ello, o criticamos a los demás por lo mismo, sin pensar que salir de la zona de confort a veces nos costó caro, que estamos aquí gracias a esa tendencia y que la acción contraria nos hace perder la sensación de control. Es una protección más que útil de nuestra naturaleza.
Es cierto que gracias a que unos pocos se atrevieron a poner los pies fuera de ella (muchos se perdieron por el camino), la especie también ha progresado, y sigue progresando. Pero vamos a dejar de sentirnos culpables o de calificarnos negativamente por ese miedo al cambio. Démosle las gracias, valoremos cuándo hace falta o no hace falta esta tendencia, y agrandemos esas prisiones cuando sepamos que el miedo no está justificado o que la zona de confort nos asfixia. Y siempre y cuando no nos lancemos, ciegos, a un vacío aún peor.
Recomiendo la lectura de este artículo:
http://www.well-comm.es/wellcommunity/niego-rotundamente-abandonar-mi-zona-de-confort/
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Me encanta tu post, Reyes. Me recuerda algo que me pasó recientemente. Estuve hablando con el hijo de unos amigos, de unos veintipocos años. A veces me reclama como una especie de Coach .¡Dios me libre!. Es él uno de los que me habló de QUE TENÍA QUE SALIR DE SU ZONA DE CONFORT. El caso es que el es consciente de que ciertos miedos e inseguridades le impiden ser el hombre desenvuelto y viajado que es su padre. Así que me llamó porque se sentía mal de no haber aprovechado un viaje colectivo a otro país, para en el día de tiempo libre haberse buscado la vida el sólo. Tuve que recordarle que A) Su padre no tuvo una madre hiperprotectora como el mismo había tenido B) Su padre es desenvuelto pero con la inteligencia emocional de un mosquito C) Lo importante es que tenía que viajar y lo hizo D) Romper la zona de confort PARA ALGO importante sí. Para subir la autoestima o contentar a algún guru de la autoayuda, no.
ResponderEliminarOjála ya hubieras tenido el blog. Me hubiera ahorrado todas estas explicaciones... jajajaja
Estoy segura de que hablar contigo es mejor que leer cualquier artículo en un blog! Un abrazo y gracias por este comentario.
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