28 de junio de 2015

JOSÉ ENRIQUE CAMPILLO ÁLVAREZ




En una de las entradas anteriores de este blog, hablé del código de los muertos, que son aquellas características del ser humano que fueron óptimas para el mundo en el que fueron diseñadas, pero que en la sociedad actual han quedado obsoletas o ineficaces. Esta es una de las causas, que describo en el libro, de muchos de nuestros sufrimientos. Y es que tenemos "viejos cerebros para mundos nuevos", como escribe Javier Tirapu en su libro ¿Para qué sirve el cerebro? Pues bien, si hasta ahora nos hemos centrado en el órgano del cerebro, hoy quería hablar del código de los muertos que hay en el funcionamiento total de nuestro cuerpo, y para ello, hay dos libros que quería recomendar para profundizar en esta cuestión. Son del médico José Enrique Campillo Álvarez. Uno es El mono obeso y el otro El mono estresado. En ellos se cuenta que muchas de las enfermedades que en la actualidad padecemos son causadas por una "incompatibilidad ante nuestro diseño evolutivo y el uso que hoy hacemos de él". Enseñándonos cómo somos, cuál es el funcionamiento y los límites de nuestro cuerpo, adaptado a otras condiciones y circunstancias muy distintas a las de hoy, podremos entender qué nos lleva al estrés continuado, o a enfermedades como la tensión alta o el azúcar... También explica el origen de la anorexia, con lo cual desde este conocimiento, podemos entenderla y prevenirla mejor.

Como siempre, autoconocernos como especie, saber por qué somos como somos, será el primer paso para usar nuestras herramientas innatas de supervivencia lo mejor posible. Y adaptarnos del modo mejor posible al nuevo mundo que nos ha tocado vivir.


21 de junio de 2015

PENSAMIENTO Y CONCIENCIA


A menudo confundimos pensamiento con conciencia. Ambos son términos muy abstractos de los que se han dado muchas definiciones. Pero creo que merece la pena hacer una distinción entre ambas y un reflexión. Aquí tomaremos pensamiento como el parloteo mental e involuntario que tenemos los humanos casi continuamente, que nos hace anticipar, recordar, fantasear, imaginar, interpretar... Este tipo de pensamiento es una herramienta innata, es normalmente automático y poco consciente. Dirigidos por él y por sus estructuras, por sus interpretaciones y por su funcionamiento, nos pasamos más de media vida pensando sin ser conscientes de ello, y muchas veces sin necesidad de la herramienta. Seguramente que alguna vez hemos advertido que mientras paseamos, lo hemos hecho automáticamente, pensando en nuestras cosas, y que cuando hemos llegado a nuestro destino, ¡no nos acordamos de casi nada de lo que hemos pensado!  
  
Conciencia sin embargo, es pensamiento voluntario, es el observador que nos permite "darnos cuenta", que puede ser capaz de distanciarse de lo que sucede a nivel interno y que es mucho más objetivo que el intérprete. En el momento en que decimos "soy consciente de que estoy pensando, de este o de aquel pensamiento", o "soy consciente de esta emoción", ese observador se distancia y percibe que es diferente a aquello que piensa o que siente. No se identifica con las interpretaciones o con los juicios que emite, puesto que entiende que estos están sesgados la mayoría de las veces o distorsionados por estructuras mentales simplificadoras, que nos alejan de la realidad. Desde aquí es más fácil cuestionarnos las creencias, los prejuicios, los pensamientos generalizadores, etiquetadores, los que anticipan o los que presuponen. Separándonos de lo que pensamos, podremos tomar el mando con más facilidad y no hacernos demasiado caso, o incluso callar el parloteo innecesario, que nos aparta demasiado del presente. 

No estoy proponiendo ser fríos en esta distancia, sino posicionarnos en una perspectiva que nos haga dirigir la orquesta de pensamientos y emociones, no silenciarla, sino evitando que los instrumentos vayan sin orden ni armonía. Conseguir esto, es vivir con más plenitud nuestro paso por el mundo. Para conseguirlo se me ocurren dos aliados: El conocimiento de las herramientas emocionales y mentales que tenemos y de su funcionamiento, y la meditación. 

La primera es necesaria para comprender mejor qué nos pasa y por qué. Si siento ira, puedo decirme: "Ahora siento ira porque no he podido controlar algo que quiero controlar", o "ahora siento culpa porque tengo que aprender de un error", o "ahora no puedo resolver este problema porque de tanto pensar me he bloqueado. Lo dejaré y mañana lo veré con más claridad"...


La segunda es el recurso más antiguo y más eficaz para tomar distancia. Los maestros de la meditación no pretenden dejar la mente en blanco como muchas veces se nos dice, si no entrenarse en la observación de la mente para desapegarse de lo que ocurre dentro y comprender que esa conciencia está muy por encima de nuestros estados internos. Podemos ser capaces de evaluar desde "fuera" la situación, entenderla, aceptarla y decidir si es útil o no, si debo seguirla o no, si debo entregarme a ella o no,  si debo usar la señal emocional o no... La meditación, o su versión actual, el mindfulness, son estrategias que nos pueden ayudar a esto, porque desgraciadamente la naturaleza no nos ha hecho muy conscientes y ese observador duerme más de lo que nos gustaría. Pero entrenando, es posible educar la mirada de la conciencia, que nos permitirá ser más que pensamiento o emoción o dolor. Este es el verdadero transcender. Sin evitar ser humanos, sin rechazar nuestros recursos, ser capaces de observarlos,  como quien observa un paisaje, y decide si va a recorrerlo o solo mirarlo.


Se me viene a la memoria un relato indio de un maestro al que le preguntaron cómo llegó a la iluminación. Esto fue lo que les contestó:


-Mirad, antes tenía una depresión. Ahora la sigo teniendo,  pero ya no me molesta.



14 de junio de 2015

LA RUEDA DE SIEGEL



Los humanos tendemos a mirar la realidad en base a estructuras mentales que la simplifican y la ordenan -es esencial para que no nos perdamos en el caos y la confusión-,  pero que nos hacen que perdamos la totalidad de nuestras experiencias. El resultante son aquellas ideas distorsionadas que se nos cuelan en la cabeza continuamente: "Mi vida ha sido un desastre", cuando en realidad la mayoría de los acontecimientos que ha habido en ella han sido positivos, pero solo estamos "viendo" los tres negativos que nos han ocurrido. O "hoy tenido un mal día", cuando solo han pasado dos cosas que han enturbiado todo lo bueno que sí ha habido. O "soy un fracaso", cuando en realidad en cualquier vida, no todo es un fracaso, ni todos son éxitos. O  "todo el mundo me rechaza", cuando en la inmensa mayoría de los casos, si lo pensamos, esto no es cierto. Estas afirmaciones, basadas en la simplificación, vienen acompañadas de emociones, por lo que si son pensamientos negativos, nuestras emociones serán desagradables,  bañadas en la tristeza, en la ira o en la culpa. Ser conscientes de ello sería el primer paso para ampliar la mirada e ir un poco más allá.

Para ello tenemos el ejercicio de la rueda de la bicicleta, que quiero explicar hoy (ejercicio 26 del libro El origen de la infelicidad). Me baso en el recurso que Daniel Siegel, médico y profesor de la UCLA, explica en casi todos sus libros. Es tan sencillo que podemos enseñárselo a los niños y a mí me parece más que útil cuando hemos perdido la visión global de la realidad.  Él propuso la rueda para devolvernos al centro del presente que estamos viviendo ahora: percepciones, sensaciones... Pero yo la aplico a todo pensamiento distorsionado que se ha salido del centro y que no nos deja ver la totalidad de la rueda, o sea, de nuestra realidad.

Se trata de dibujar una rueda de una bicicleta, con su centro, su circunferencia y los radios que la cortan en unos cuantos trozos. Cuando estamos en el centro, podemos ver la totalidad de la circunferencia, pero cuando nos hemos salido del centro y nos colocamos en un solo trozo de ella, las demás porciones, o no se ven, o quedan distorsionadas desde esa perspectiva, bañadas del color de ese fragmento en el que nos hemos posicionado. De esta forma, la circunferencia simboliza la totalidad de nuestras experiencias, los trozos cortados por los radios, cada una de ellas, y el centro, el lugar desde el que se ve de forma más total la realidad. Por ejemplo, si me viene a la cabeza: "Nunca me sale nada bien", debemos dibujar la rueda y colocarnos en el centro. Después, escribimos en un trozo algo que me ha salido mal, y pensamos en alguna ocasión en la que nos hayan salido bien las cosas. No seguiremos enumerando experiencias negativas hasta que no hayamos encontrado alguna que la contradiga, momentos en que hemos tenido algún acierto. A veces cuesta colocarse en el centro, por lo que quizás tardamos un tiempo en desmontar la simplificación mental. A veces tardaremos un minuto y otras veces varios días, pero esto nos obligará a estar atentos a otras experiencias que la idea cegaba.

En el ejemplo del dibujo, hemos  querido desmontar el verbo SER, que reduce nuestros comportamientos, haciendo que nos miremos y califiquemos distorsionadamente. No SOMOS de ninguna manera, tenemos actos. A veces, actuamos de una manera y otras veces de otra, dependiendo de las circunstancias y de nuestras elecciones. El verbo ser es inmovilista, todo lo contrario al ser humano, lleno de matices, comportamientos y cambios, y solo refleja una parte de nuestra realidad como personas. La rueda de Siegel es fabulosa para salir de esta simplificación tan peligrosa. Como se ve en el dibujo, hay que escribir en cada porción un comportamiento. Cuando aparezca en nuestra mente: "Soy...", habrá que sustituirlo por: "A veces me comporto...". Y hasta que no pensemos en las veces que tenemos comportamientos opuestos y lo escribamos, no seguiremos. Lo mismo vale para comportamientos negativos que positivos. Esto nos hará estar atentos en nuestra vida diaria, a las veces que nos etiquetamos, y poco a poco aprenderemos a sustituir esas creencias por otras más realistas, más amplias, más ricas. 


8 de junio de 2015

¿TRANSCENDER NUESTRA NATURALEZA?


 Cuántas veces, a lo largo de la historia, los seres humanos hemos querido transcender nuestra naturaleza. Transcender las necesidades del cuerpo, el hambre, o la sed... Cuántas escuelas filosóficas o espirituales han intentado estar por encima del dolor, y se han puesto a prueba con los más variados y crueles experimentos. Pero el hambre es la señal que nos avisa de que tenemos que buscar comida, o el dolor, la manera que tiene nuestro cuerpo de decirnos "algo pasa, atiéndeme". Es tentador pensar que podemos quitarnos esas herramientas tan desagradables, pero sin ellas, ¿estaríamos vivos en este mundo? (Hay una enfermedad bastante rara que consiste en no sentir dolor, y cualquiera puede decir que es una suerte. Sin embargo, esas personas no tienen mucha esperanza de vida). 

Con las emociones ocurre un tanto de lo mismo. Sin ser aspirantes a faquir, quién de nosotros no ha pensado alguna vez: "Yo no debería sentirme así", o "yo debería estar por encima de todo eso", "eso no debería afectarme" o "es que yo no tengo por qué alterarme por esas cosas".  El problema es pensar que deberíamos usar la razón, el cerebro más evolucionado, ante situaciones que requieren una respuesta emocional o una actuación inmediata. ¡Pero no podemos controlar que surja la emoción! Si nos hemos sentido atacados, si creemos que se están burlando de nosotros, si nos sentimos ofendidos, si perdermos algo,  el cuerpo desatará la ira o la rabia o la tristeza, como primer recurso... Es inevitable. Pensamientos como: "No debería de haberme afectado", demuestran un querer controlar algo incontrolable y encima echarnos la culpa por ello. "Hay que ver cómo soy", "qué debilidad he demostrado", "yo debía estar por encima de todo eso"... no harán más que empeorar las cosas en nuestro interior, y desatar otras emociones, fruto de esos pensamientos.

Conocer cómo funcionan nuestros tres cerebros, y para qué, y darles a cada uno el papel que tienen, nos haría mucho bien. Cuando el cerebro del reptil diga: "Hay que comer", más vale hacerle caso. Cuando nuestro cerebro del mamífero haga surgir la emoción, es que por algo -real o imaginado- ha venido, y dejarla hacer o dejarla marchar. El cerebro más reciente solo debe intervenir para aprender sobre qué me está informando, o elegir, en algunos casos, cómo actuar, o discernir si ha aparecido por una situación real o es fruto de la imaginación.

Ser sabio no significa que no hagamos caso de las señales del cuerpo, no significa que no sintamos emociones, es más, cuentan que los maestros orientales cuanto más iluminados, más sensibles, y compasivos son. Significa, quizás, que no nos identificamos con ellas, que las vivimos sin aferrarnos, pero que no las rechazamos, sino que las aceptamos, como una parte de nuestra naturaleza humana.

Y es que somos humanos. Increíble y maravillosamente humanos, con todo lo que ello conlleva. Como el maestro de este cuento de Ramiro Calle:

Era un maestro que predicaba la vacuidad e insustancialidad de todo lo fenoménico e insistía en que todo era ilusorio y en que había que contemplarlo todo como transitorio para desarrollar la visión correcta y el desapego. 

Un día unas fiebres malignas se llevaron a su único hijo. El maestro comenzó a llorar y sus lágrimas anegaron su sosegado rostro. Los discípulos le dijeron: 

- Venerable maestro, pero si siempre nos has dicho que el mundo era ilusorio.

- Y así es, queridos míos, pero ¡es tan doloroso perder un hijo ilusorio en un mundo ilusorio!