15 de abril de 2015

COMER LENTAMENTE




Nos dicen los médicos, los dietistas, los maestros de la atención plena, que comamos lento. Que es mejor masticar bien la comida, que así la digerimos con más facilidad y eficiencia, que nos llega la sensación de saciedad habiendo ingerido menos, o que tenemos que ser conscientes del acto de comer y saborear los alimentos. Pero, ¿cuántas veces lo hemos intentado y hemos fracasado? ¿Cuántas veces nos hemos sentido frustrados por no conseguirlo? Y es que no nos cuenta nadie la verdadera dificultad del asunto, que venimos de unos homínidos que enfrentaban la hora de la comida con ansiedad, que vigilaban los movimientos de sus compañeros mientras comían y que engullían lo más rápidamente posible lo que tenían delante, por si acaso alguien se les adelantaba, o para aumentar sus reservas por si mañana no había alimento. Con esta tendencia ancestral de nuestro cerebro, hecho para otras sociedades donde comer rápido fue más que útil, no es de extrañar que nos cueste tanto atentar contra nuestra naturaleza, masticar lentamente y dejar la cuchara en el plato entre un bocado y otro. Aunque ahora tengamos normalmente la posibilidad de comer cinco veces al día, y una despensa llena, seguimos teniendo el mismo cerebro de antaño.

Lo primero para conseguir algo es saber a qué nos enfrentamos, o cuáles son nuestros recursos o nuestras tendencias o nuestras limitaciones. Y en este caso tenemos que ponerle una dosis muy fuerte de voluntad para conseguirlo. Habría que aprender estrategias y mantener una disciplina adecuada, y saber, sin sentirnos culpables, que la tendencia instintiva es muy fuerte, y que podemos caer en ella sin que esto sea una debilidad de carácter o una ineptitud nuestra. Si nos concedemos errores, quizás es más fácil que no nos frustremos o que sigamos intentándolo hasta conseguirlo. Sabemos que como toda costumbre o hábito, se asienta en nuestros circuitos neuronales plásticos si estamos una media de tres semanas ejecutando la acción. Autoconocernos y aceptar lo que está íntimamente asentado en nuestro ser, será el punto de partida.

Por lo tanto, sin esfuerzo no podremos comer más lento, porque no está en nuestra naturaleza hacerlo. Este simple conocimiento nos puede ayudar a la hora de aprender.

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