Nos dicen los médicos, los
dietistas, los maestros de la atención plena, que comamos lento. Que es mejor
masticar bien la comida, que así la digerimos con más facilidad y eficiencia,
que nos llega la sensación de saciedad habiendo ingerido menos, o que tenemos
que ser conscientes del acto de comer y saborear los alimentos. Pero, ¿cuántas
veces lo hemos intentado y hemos fracasado? ¿Cuántas veces nos hemos sentido
frustrados por no conseguirlo? Y es que no nos cuenta nadie la verdadera
dificultad del asunto, que venimos de unos homínidos que enfrentaban la hora de
la comida con ansiedad, que vigilaban los movimientos de sus compañeros
mientras comían y que engullían lo más rápidamente posible lo que tenían delante,
por si acaso alguien se les adelantaba, o para aumentar sus reservas por si
mañana no había alimento. Con esta tendencia ancestral de nuestro cerebro,
hecho para otras sociedades donde comer rápido fue más que útil, no es de
extrañar que nos cueste tanto atentar contra nuestra naturaleza, masticar
lentamente y dejar la cuchara en el plato entre un bocado y otro. Aunque ahora
tengamos normalmente la posibilidad de comer cinco veces al día, y una despensa
llena, seguimos teniendo el mismo cerebro de antaño.
Lo primero para conseguir algo es
saber a qué nos enfrentamos, o cuáles son nuestros recursos o nuestras
tendencias o nuestras limitaciones. Y en este caso tenemos que ponerle una
dosis muy fuerte de voluntad para conseguirlo. Habría que aprender estrategias
y mantener una disciplina adecuada, y saber, sin sentirnos culpables, que la
tendencia instintiva es muy fuerte, y que podemos caer en ella sin que esto sea
una debilidad de carácter o una ineptitud nuestra. Si nos concedemos errores,
quizás es más fácil que no nos frustremos o que sigamos intentándolo hasta
conseguirlo. Sabemos que como toda costumbre o hábito, se asienta en nuestros
circuitos neuronales plásticos si estamos una media de tres semanas ejecutando
la acción. Autoconocernos y aceptar lo que
está íntimamente asentado en nuestro ser, será el punto de partida.
Por lo tanto, sin esfuerzo no podremos comer más lento, porque no está en nuestra naturaleza hacerlo. Este simple conocimiento nos puede ayudar a la hora de aprender.
Por lo tanto, sin esfuerzo no podremos comer más lento, porque no está en nuestra naturaleza hacerlo. Este simple conocimiento nos puede ayudar a la hora de aprender.
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