12 de julio de 2015

AYÚDAME A MIRAR




Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
-¡Ayúdame a mirar!
 

Eduardo Galeano

Ayudar a mirar. Ese tendría que ser el primer objetivo de la educación. No solo enseñar a mirar la belleza, como dice este relato, sino a mirar la realidad más allá de las estructuras con las que la interpretamos y creamos, mirar no solo los errores, sino también los aciertos, mirar más allá de las etiquetas que a veces nos ponemos o ponemos a los otros, mirar lo que tenemos, no solo lo que nos falta, mirar los ojos de los demás, mirarlos más de cerca, con sus circunstancias y su totalidad, mirar más de lejos los pensamientos inútiles, el dolor innecesario. Mirar más allá de nuestra mirada simple, que tiende a creerse los "nunca", "siempre", los "todo" y los "nada", mirar más allá de los filtros que dejan fuera de nuestra mirada los detalles, los matices...

Pero para educar la mirada de los niños, haría falta que nosotros, los adultos, también tengamos la mirada educada, ampliada, porque, ¿cómo transmitir a alguien un color si nosotros tampoco lo vemos?, ¿cómo hacer que los niños no caigan en prejuicios si nosotros no hemos aprendido a ir más allá de ellos? Por eso tenemos que esforzarnos los adultos para salir de esa ceguera impuesta por una naturaleza que quiere que simplifiquemos las cosas y que ordenemos y "controlemos" el caos. Ella quiere facilitarnos la vida, pero como un caballo al que le ponen las orejeras o el tapa-ojos, solo vemos parte del camino.
  
Me pregunto cómo vería el mundo una persona a la que le han abierto, desde pequeño, la puerta a una realidad más rica. Viviría en un mundo diferente, en el que, por ejemplo, ese mar que se extiende ante sus ojos, no sería solo una bonita masa de agua, sino un acontecimiento extraordinario, un motivo para celebrar la vida, un trozo de nosotros mismos.


 

2 comentarios:

  1. Hola Reyes.
    Sin duda hay que apostar a la educación. Pasamos 10, 20 o más años de educación formal, donde aprendemos a leer, escribir y prepararnos para la vida laboral pero nunca nadie nos enseña a leer nuestras emociones ni la de los demás, tampoco nos enseñan a entender cómo a través de nuestro modo de ver el mundo generamos nuestro propio sufrimiento, a superar el duelo, una ruptura amorosa o combatir el estrés.
    Por fortuna ese conocimiento existe y podemos beneficiarnos todos de él. El camino esa largo, pero un paso a la vez.
    Un abrazo!

    Por cierto, ya conseguí su libro. :)

    ResponderEliminar
  2. Cuánta razón tienes, Jorge. También yo soy optimista. Cada vez más veo iniciativas en las escuelas que desean transmitir estos temas. Espero que algún día los sistemas educativos hagan obligatorias asignaturas sobre educación emocional y social.

    Me alegro de que puedas leer el libro. Si te apetece, puedes contarme lo que te vaya sugiriendo. Tus opiniones serán muy valiosas para mí.

    Un abrazo

    ResponderEliminar