18 de septiembre de 2015

LA SANA PREOCUPACIÓN


"Los humanos estamos cableados para buscar el placer y evitar el dolor, potenciar el rango en la manada de los primates y proteger a los seres queridos; pero vivimos en un mundo el que son inevitables el dolor, el fracaso, la enfermedad, la muerte y otras decepciones. También estamos cableados para pensar incesantemente en la manera de mantener a raya estas dificultades, empleando un cerebro que está preparado para anticipar y recordar desastres, un cerebro exquisitamente diseñado para sumergirnos en pensamientos desasosegantes".

Ronald Siegel, La solución mindfulness

Todos nos preocupamos. Nadie que tenga una corteza prefrontal más o menos desarrollada y ningún problema neurológico estará libre de preocuparse. Pero, ¿por qué ocurre esto?, ¿es culpa nuestra?, ¿es una maldición de la naturaleza, un error, un defecto de la especie? La preocupación es evolutiva, es decir, la evolución se ha encargado de desarrollar esta estrategia fundamental para la supervivencia. No somos grandes cazadores, ni tenemos las posibilidades de otros animales, que con su fuerza o sus habilidades psicomotoras -como volar, trepar o subirse por las paredes-, han podido sobrevivir en un mundo donde podías ser devorado. Y a la vista de que aún seguimos aquí, algunas características hemos tenido que desarrollar para no haber desaparecido como especie. Una de ellas es la preocupación, o sea, imaginar acontecimientos, diálogos, conflictos, problemas... nos hace estar preparados, inventar estrategias, y que ya hayamos pensado previamente en la manera de resolver alguna situación. Sin embargo, este conocimiento se tiene poco en cuenta o más bien se desconoce y la preocupación está demonizada en esta sociedad, una sociedad que paradógicamente lleva al ser humano a preocuparse más que nunca, con las múltiples tareas y exigencias de la vida moderna. "No te preocupes", es el consejo más utilizado en estos tiempos en que toleramos poco el malestar y desconocemos sus causas, su utilidad, su funcionamiento. Por lo tanto en un mundo como el nuestro, en el que pensamos que no vivir el presente es apartarse del camino de la felicidad o la iluminación, decir que vivir sin preocuparse es peligroso para la supervivencia,  es correr el riesgo de que se rían de ti o  de que te tomen por loca. Pero si lo pensamos bien, una vez aceptado y analizado, quizás este conocimiento no nos parece tan descabellado,  e incluso puede ayudar a aliviarnos, a deshacernos de la otra autoexigencia de moda, que es vivir en todo momento en la plenitud del presente. La preocupación, igual que la señal de hambre o la sed, es NECESARIA. 


Entonces, ¿cuál es el problema? El problema está en el uso que le damos a esa herramienta. ¿La usamos solo cuando la necesitamos realmente?, ¿la usamos correctamente?, ¿estoy dándole una credibilidad absoluta a esta idea anticipatoria que estoy viendo?, ¿me hace sentirme mal antes de que ocurra y esto determina mis actuaciones?, ¿estoy alimentándola más de lo conveniente?, ¿por pensar tanto, estoy haciendo que el pensamiento se vuelva confuso, y que me bloquee?

Una de las herramientas que nos ayudan a anticipar situaciones, es la imaginación, de la que hablamos en la entrada anterior. La misma imaginación que nos hace crear obras de arte, tiene la función de prever, visualizar hechos posibles -aunque ya sabemos que muchas veces nuestros miedos nos hacen preocuparnos por situaciones más que improbables- aún no ocurridos. ¿Y si sucediera esto?, ¿y si no puedo conseguirlo?, ¿y si Fulanito me dice? ¿y si el avión tiene un accidente?... y visualizamos qué sucederá y por supuesto cómo me sentiré, puesto que la fuerza de la imaginación tiene en la mente y en las emociones casi el mismo poder que la realidad. Ya lo decía Mark Twain: "Soy un hombre muy viejo, que ha vivido muchas desgracias en la vida, la mayoría de las cuales no me han sucedido nunca". Al vivirlo como si fuera real, nos dejamos llevar por la ficción que creamos en nuestro interior. Pero al fin y al cabo, nunca sabemos cómo van a irnos verdaderamente las cosas, incluso si suceden. Como dice Mario Benedetti: "No sabemos cuan incandescentes o incombustibles somos hasta que pasamos por alguna hoguera".

Por lo tanto, quitarnos la preocupación no es el objetivo, sino primeramente, aceptar que si somos humanos, vamos a preocuparnos, y después, aprender a gestionar esta herramienta lo mejor posible, sin que ella nos perjudique innecesariamente. Quizás la pregunta mejor que podemos hacernos cuando nos sintamos preocupados es: "¿Es útil esta preocupación?". Si nos acostumbramos a mirar desde fuera esta tendencia ancestral y preguntarnos esto, tendremos más posibilidades de analizar si la preocupación tiene fundamento y debemos entonces actuar. O si es mejor no hacerle demasiado caso, y echarla directamente al cubo de la basura mental, dándole tiempo al organismo para que la emociones derivadas de ella, vayan pasando. Igual que pasa una terrible tormenta.



10 de septiembre de 2015

LA IMAGINACIÓN NO MUERE, SE TRANSFORMA



("Pintando ilusiones" de Rob Gonsalves)


Llevo escuchando toda la vida, la afirmación de que los niños nacen con una ilimitada imaginación y de cómo los adultos y maestros se la destrozamos con nuestros dogmas, nuestra cerrazón, nuestra estrechez de miras. No voy a decir que no sea verdad que nuestro sistema educativo necesita un profundo cambio, o que los adultos, con  nuestra visión del mundo a veces no dejamos que  los niños se expresen libremente, porque es cierto. Pero no podemos echar la culpa de una supuesta "atrofia" de la imaginación infantil a estas dos realidades, porque la imaginación sufre un proceso, una transformación, queramos o no, inevitable con el paso de los años, casi independiente de estos factores.


Los niños nacen en un mundo extraño. Sin saber cómo hay seres con picos que vuelan, mariposas de raros colores, reptiles que suben por las paredes, nubes de divertidas formas, pelotas colgando del cielo, luces que brillan en la oscuridad cada noche, personas que andan con dos pies y que tienen dos manos para hacer cosas... En ese mundo extraño, ¿por qué no puede haber duendes, hadas, monstruos en la habitación?, ¿por qué no pueden existir brujas que comen niños, camiones voladores, superhéroes que salvan planetas, árboles que andan? En el mundo infantil, que no conoce aún lo posible y lo imposible, la imaginación no tiene límites, porque se nutre de las infinitas manifestaciones extrañas de la realidad que van conociendo. Después, cuando van creciendo, cuando ya tienen suficiente información de cómo perciben el mundo con sus sentidos, sus estructuras, con los comportamientos de las personas y sociedades donde nacen..., el niño ya no puede creerse lo del ratoncito Pérez  o que a los bebés los trae la cigüeña o que si no comes, vendrá el coco y te llevará. Esas fantasías sin límites van desapareciendo. Y con ellas, su tendencia a inventar cuentos, historias, dibujos llenos de matices extraordinarios... Inevitablemente, sus propias experiencias le cortan las alas a la imaginación sin fronteras, y es en este momento cuando los adultos y maestros podemos fomentar que, aunque sea positivo distinguir la realidad -aquella que nuestro cuerpo y nuestra mente nos dejan percibir- de la fantasía, nunca dejen de practicarla de manera lúdica, o práctica, o incluso terapéutica.


Pero la imaginación nunca muere, solo se transforma. Tiene una función crucial para nuestra supervivencia. Esta herramienta nos capacita para que podamos visualizar situaciones POSIBLES, está diseñada fundamentalmente para esto, para anticiparnos a acontecimientos, diálogos, problemas, y que podamos crear estrategias para resolverlas o practicarlas de la mejor forma. Esto es uno de nuestros seguros de vida. Y si nos damos cuenta, los adultos CASI SIEMPRE estamos imaginando, viviendo momentos ficticios que creamos en nuestra mente y que nos hacen sentir bien o mal, dependiendo de lo que imaginemos. Casi siempre estamos sumidos en una especie de letargo donde todo cabe: "¿Y si Fulanita me dijera esto o aquello?", o "posiblemente mi hijo esté ahora mismo en la calle en vez de en el instituto", o "seguro que me pondré nerviosa en el examen, habrá un examinador terrible, hará calor, se me olvidará todo lo que he estudiado", o "quiero ir a esa playa, sé que me relajaré, que me olvidaré de todo, que será una delicia"... y nos visualizamos con todo lujo de detalles en esas situaciones, o inventamos cómo piensan o actúan los demás, presuponemos qué pasará, y nos sentimos de una manera determinada por esas imágenes que creamos. Si lo pensamos bien, no dejamos casi nunca de imaginar. 

Por lo tanto, no nos echemos la culpa de matar la imaginación de los niños. Mejor ocupémonos de que no se apague la vela de su creatividad ilimitada, porque la fantasía, el arte, el ingenio... son una maravillosa consecuencia de esta herramienta evolutiva, que merece la pena alimentar, y que nos hace la vida más plena y más feliz.